De estilo gótico renacentista y muy cerca de la Catedral de Vitoria, está el Palacio de Montehermoso, que es mucho más de lo que aparenta, porque en sus dependencias se decidieron cosas trascendentales para el destino de Europa hace un par de siglos.
Construido por iniciativa del inquisidor Hortuño Ibañez de Aguirre para albergar a las monjas dominicas, resulta que le quedó tan chulo que finalmente les construyó otro convento, el de Santa Cruz, y él se quedó con este.
Y nadie rechistó, que la inquisición ya sabemos como se las gastaba con quien le llevaba la contraria.
Tiempo después, a principios del XIX, andaba Napoleón jugando al ajedrez con el continente europeo, pero el pequeño corso cometió, entre otros, el error de poner a sus familiares a gobernar territorios. A su cuñado Murat, sin ir más lejos, le sentaba muy bien el uniforme de húsar, pero el hombre iba justo de cintura para asuntos de gobierno y bien claro que lo dejó en el levantamiento del dos de mayo de 1808. Tuvo que venir Napoleón a meterse en el fregado y creyó que con un par de batallas aquí y allá ya quedaba encauzada la situación y podía volverse a Francia. Pero hoy sabemos que fue bastante ingenuo…
Tan ingenuo que ordenó a su hermano mayor sentar las nalgas en el trono español, sin pararse a pensar que a José Bonaparte le iban más las faldas que los proyectos reales. Así que lo primero que hizo al entrar en España y alojarse en este palacio fue enamorarse como un pánfilo de la señora marquesa, esposa de su anfitrión.
Se llamaba ella María del Pilar Acedo y se había casado por conveniencia, como era costumbre en la época, con el marqués de Montehermoso. Él le doblaba la edad y la mujer, quién sabe si aburrida de pasearse arriba y abajo por su bonito palacio renacentista, pues se dejó querer por el nuevo monarca.
Pero por estas vueltas que da la vida, el ligón de José Bonaparte iba a aguantar poco en Madrid y acabaría volviendo a Vitoria para estar cerca de la frontera francesa… y también de la hermosa Pilar. Así que la joven fue su amante durante años, mientras el señor marido, afrancesado y leal a Bonaparte, aguantaba como podía su papel de cortesano cornudo.
El caso es que entre la edad, los cuernos y los achaques, el marido de Pilar no duró demasiado. Murió en 1811, y su viuda continuó compartiendo sábanas con el hermano de Napoleón hasta el verano de 1813, en el que un ejército de españoles, británicos y portugueses cercó la ciudad y se dispuso a ganar la batalla de Vitoria.
El rey, apresuradamente, empaquetó el botín que había ido guardando en el armario y salió por patas hacia tierras francesas. Su amante le acompañó, pero ocurrió que, una vez a salvo, se dieron cuenta de que ya no se gustaban tanto. Se nos pasó la pasión se debieron decir…
Mientras los soldados británicos entraban en el Palacio de Montehermoso, la pareja se rompía y cada uno tomaba su propio rumbo. José moriría muchos años después, en Estados Unidos y Pilar terminaría casada con un oficial francés, viviendo en un castillo cerca de Orthez. Y es que acostumbrada durante años a este palacio de Montehermoso, se entiende que no le sirviera una casita cualquiera, ¿no?