Zugarramurdi es, en apariencia, un pueblo como tantos otros del Pirineo navarro; con sus casas bajas, sus paredes blancas, su iglesia y sus pocos habitantes. El lugar se mantiene no muy distinto a lo que era hace cosa de cuatro siglos, alrededor de 1610.
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Zugarramurdi es, en apariencia, un pueblo como tantos otros del Pirineo navarro; con sus casas bajas, sus paredes blancas, su iglesia y sus pocos habitantes. El lugar se mantiene no muy distinto a lo que era hace cosa de cuatro siglos, alrededor de 1610.
Pero con todo lo bonito que es Zugarramurdi, no hay en él nada tan conocido como el Museo de las Brujas y la Historia que tiene detrás. Arranca en la cercana tierra de Labort, a principios del siglo XVII, con la llegada de un juez llamado Pierre de Lancre al que el rey Enrique IV de Francia había encargado limpiar de brujas el país. La aparición del terrible de Lancre, que pronto se haría con impecable currículum como inquisidor y profesional de las hogueras, hizo que muchas personas huyeran despavoridas y terminaran, algunas de ellas, en Zugarramurdi.
Pero la cosa es que de este lado de los Pirineos había también señores resentidos y poderosos que solicitaban la presencia de los cazabrujas. Y existían rumores de reuniones con el mismísimo Diablo en las impresionantes cuevas de Zugarramurdi; incluyendo rituales de adoración a la Bestia en las que algunos hombres y mujeres del pueblo recibían, a cambio, poderes más allá de lo humano.
La Inquisición de Logroño se dispuso a atajar este brote, y envió a sus representantes para que investigaran, detuvieran, encarcelaran y torturaran. Y eso fue exactamente lo que hicieron. El consabido y espantoso proceso terminó con varias personas quemadas vivas en la capital navarra en noviembre de 1610, pero en aquel tribunal hubo un miembro en desacuerdo con los demás. Un inquisidor que se resistió a dar por probadas las acusaciones basadas en habladurías, testimonios de niños y confesiones de adultos sometidos a tratos muy poco cariñosos por parte de la Inquisición.
Alonso de Salazar y Frías, que tal era su nombre, dedicó los siguientes meses a recorrer una región que hervía de denuncias, y concluyó que no existía una sola prueba que resistiera un análisis serio y sensato. Hizo un demoledor informe que dejó en evidencia hasta qué punto las prácticas inquisitoriales estaban siendo delirantes, inhumanas y contrarias a toda razón y toda justicia. Hoy, son pocos quienes conocen el nombre de Salazar y cómo se adelantó a su tiempo salvando, seguramente, cientos y cientos de vidas.
Así que el Consejo de la Suprema Inquisición tomó nota y dio un giro a la Historia, haciendo que las cazas de brujas desaparecieran en España un siglo antes incluso que en Inglaterra y Alemania. En ambos lugares también se alcanzaron niveles muy altos de horror, pero la fama de la Inquisición española sigue siendo la peor de todas en el recuerdo colectivo...