Es muy posible que ya hayas visto algo de las calles medievales de Maderuelo, aun sin saberlo. Porque resulta que en ellas se rodaron escenas de la serie televisiva Tierra de Lobos, algo que no parece raro si pensamos en lo fotogénica e histórica que es esta villa segoviana.
Para empezar, conserva huellas de templarios, destacando una pequeña ermita en la que, según la leyenda, la orden custodió uno de los pedazos de la cruz de Cristo que algún caballero trajo de Tierra Santa. Seguramente por eso, este santuario, del siglo XII, que se levanta discretamente en la orilla del embalse del Linares, lleva el nombre de la Vera Cruz. En su interior, además de la reliquia, escondía unas increíbles pinturas románicas que a mediados del siglo pasado fueron trasladadas al Museo del Prado para evitar que se convirtieran, literalmente, en polvo.
Esa joya artística llegaba de la época de esplendor de Maderuelo, que, la verdad, fue casi un visto y no visto. Repoblada en el siglo X, se amuralló, prosperó, se llenó de templos, y zas… cuando quiso darse cuenta ya estaba en decadencia porque para el siglo XIII había que continuar la repoblación, pero más al sur.
Por suerte, sobre esta gran colina quedaron cosas como las iglesias románicas de San Miguel y de Santa María, y leyendas como las surgidas alrededor de la doncella muerta, cuya momia se guarda aún en el segundo de los templos. Quedaron también restos de la pasada gloria de Maderuelo, con su plaza, sus casas señoriales y su hermoso conjunto histórico. Podría incluso haber un puente medieval a tiro de piedra, pero a ese se lo tragaron las aguas del pantano de Linares.
Entre fragmentos de la cruz y jóvenes momificadas quizá creas que Maderuelo ya tiene suficientes historias extraordinarias, pero resulta que hay otra muy buena. Es del siglo XV y cuenta que en la villa sucedió un prodigio meteorológico que cada cual interpretó como presagio de lo que buenamente quiso. El caso es que cayó sobre el pueblo una lluvia de grandes piedras, pero tan ligeras que no hacían daño al golpear las cabezas de los asombrados lugareños. Como el rey no sabía si dar crédito o no, mandó un experto a confirmar el fenómeno y he aquí que el enviado real volvió dando fe de la veracidad del suceso y trayendo consigo una de aquellas piedras, enormes y livianas como plumas.
