Para meterse en la atmósfera de un lugar que vayamos a visitar, no hay como leer algún relato impactante que transcurra justamente en ese sitio. Y, mira por dónde, tenemos el cuento perfecto para Soria: El Monte de las Ánimas. Una tenebrosa historia de miedo y templarios que escribió Bécquer y la situó aquí, en la ciudad de su mujer.
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Para meterse en la atmósfera de un lugar que vayamos a visitar, no hay como leer algún relato impactante que transcurra justamente en ese sitio. Y, mira por dónde, tenemos el cuento perfecto para Soria: El Monte de las Ánimas. Una tenebrosa historia de miedo y templarios que escribió Bécquer y la situó aquí, en la ciudad de su mujer.
Es una Soria medieval, la del cuento de Gustavo Adolfo, y es que la población apenas conserva huellas de épocas anteriores. A tiro de piedra, eso sí, estuvo la Numancia que le puso a Roma las peras al cuarto, pero en la ubicación de la capital actual no existen restos romanos, ni visigodos ni árabes. Parece que fue un asentamiento de no mucha importancia, situado en un territorio fronterizo que los cristianos pasaron a controlar en el siglo XI. Luego vino su repoblación, y pronto, en lugar de setas, empezaron a brotar edificios románicos de los que, a día de hoy, conserva Soria una excepcional colección.
La Iglesia de Santo Domingo, la Concatedral de San Pedro y San Juan de Rabanera son parte de un conjunto de monasterios, iglesias, conventos y ermitas que los tiempos medievales dejaron aquí, cuando la ciudad empezó de verdad a crecer y reclamar su sitio en los libros de Historia. Por aquí está también el monasterio de San Juan de Duero, fundado por los caballeros de la Orden de Malta, y que fue toda una inspiración para Bécquer.
Pero no creas que todo lo que vale la pena aquí viene de la Edad Media. La Soria de los siglos siguientes también espera tu visita, faltaría más. En la Plaza Mayor tienes el Palacio de los Doce Linajes, con el escudo dividido en partes iguales para cada una de las familias que antiguamente cortaban el bacalao por aquí. Y te queda también muy cerca el renacentista Palacio de los Ríos y Salcedo, otra de esas casas señoriales que a los nobles de entonces les encantaba construir.
Menos aristocráticas y más modernas son las huellas de Antonio Machado, el otro poeta que se asocia siempre a la villa porque, como Bécquer, se casó con una soriana y escribió largo y tendido sobre esta tierra. El asunto amoroso de Antonio es algo más peculiar, por decirlo de alguna manera, porque cuando tuvo lugar la boda, en la Iglesia de Santa María la Mayor, él tenía treinta y cuatro años y ella, Leonor, solamente quince. Sin embargo, dicen que el suyo fue un matrimonio muy feliz durante el poco tiempo que el dichoso destino les concedió.