San Sebastián... ¡Qué ciudad tan bonita! te dirán los que la han visitado... Y tú, si eres donostiarra, harás un gesto como quitándole importancia... pero con media sonrisa de orgullo, hinchándote un poco, ¿verdad?. Qué bien se vive, qué bien se come, qué chulo es el Cantábrico cuando se pone el sol sobre su horizonte o cuando se pone bravo durante los temporales de mar. Qué lujo son los conciertos del Festival de Jazz en los diferentes escenarios al aire libre, qué guapos los actores que se pasean en el Festival Internacional de Cine y qué gozada es no saber qué pintxo elegir en las barras de sus bares.
Pero dejando aparte los halagos y piropos de propios y extraños sobre la ciudad a la que algunos entusiastas han llamado “la perla del Cantábrico”... ¿De dónde sale este “marco incomparable”, con la isla de Santa Clara por protagonista, situada en el centro de una Bahía, la de la Concha, y vigilada muy de cerca por un monte en cada extremo: Igeldo a su izquierda y Urgull a su derecha?
Hay quien dice que esta bahía era demasiado buena para que la desaprovechasen los romanos. De ahí vendría eso de “la Bella Easo”, de la suposición de que en la Edad Antigua por aquí hubo una colonia romana que dio el nombre de Oiasso o Easso a esta zona. Pero la verdad, es que nadie ha podido demostrar por dónde se extendían estas tierras de Oiasso. De hecho, podría haber sido cualquier lugar entre la actual San Sebastián, Renteria, Oyarzun e Irún.
Y siendo más objetivos, seguramente a los romanos, que no tenían costumbre de ir a la playa, este marco les pareciera poco o nada incomparable. Como mucho, parece que aquí simplemente plantaron un templo dedicado al mártir católico San Sebastián, un Santo del comercio y protector contra la peste, quien ya de paso dio nombre a la zona. Zona que básicamente se reducía a un modesto muelle en el que cargar y descargar mercancías. Incluso hay quien asegura que ni para eso servía, porque su vecino Pasajes, ya cumplía con esos cometidos al ser un puerto mucho más seguro y protegido.
Lo que sí se sabe de cierto es que en la Edad Media, todas las tierras que llegaban desde la playa de Ondarreta hasta Urgull eran propiedad del monasterio navarro de Leire. Y como en la Edad Media donde había un monasterio había actividad... y donde había actividad aparecían enseguida los comerciantes, pues la cosa fue a más... Así que, cuando San Sebastián se funda oficialmente en el año 1180 con fuero del rey de Navarra Sancho el Sabio, parece que ya había mucho gascón, que es casi lo mismo que decir “comerciantes”, por la zona.
Desde ese año la ciudad no dejó de crecer, alimentándose de ese mar que rodeaba sus muros, el mismo que a veces, en las galernas de verano o en los temporales de invierno, parece querer zampársela a bocados entre sus inmensas olas.
Con los comerciantes llegaron las murallas que les protegían, y con las murallas más gente interesada en aprovechar el chollo de tener, ahora sí, un puerto tan bien defendido. La villa sufrió varias batallas, asedios e incendios. El peor de todos, el 31 de agosto de 1813 durante las guerras napoleónicas, cuando soldados ingleses y portugueses entraron en las casas y se llevaron todo lo que tenía valor, cargándose de paso a todo aquel que asomaba el morro y violando a toda aquella que asomaba el escote. Y a las que no, también. Un voraz incendio se originó aquella noche, del que sólo se salvaron una treintena de casas situadas en la calle 31 de agosto, no por azar, sino por haber sido elegidas para acomodo de las tropas inglesas.
El espíritu emprendedor, que merodeaba por la ciudad desde la Edad Media, supo sobreponerse a la desgracia de ser aplastada por sus propios aliados británicos y portugueses, por lo que de esas cenizas renació la ciudad con más fuerza. Lo puedes ver hoy en la Parte Vieja, acaso el conjunto neoclásico mejor conservado de toda Europa, por el que te puedes pasear entre sus perfectas casas ideadas por Pedro Manuel de Ugartemendia, arquitecto, soldado... y tal vez espía.
Y así llegó la Belle Époque durante la cual la ciudad acogería a más espías en la Primera Guerra Mundial, como la famosa Mata Hari sin ir más lejos, entre reuniones y celebraciones de alto copete.
El empujón final, sin embargo, se lo tenemos que agradecer a la Reina María Cristina, quien puso de moda San Sebastián, al convertirla en su ciudad de vacaciones gracias al efecto milagroso del mar sobe su delicada piel enferma de psoriasis. Con la Reina, llegó la realeza y por tanto, el empujón definitivo de Donosti hasta el infinito y más allá. O por lo menos hasta hoy en día...
Y para finalizar... Tres curiosidades:
La primera es que esta ciudad es la capital guipuzcoana desde 1854, estatus peleado en varios asaltos contra su vecina villa de Tolosa.
La segunda curiosidad es que antiguamente los pescadores llamaban a esta ciudad Irutxulo, palabra que significa «tres agujeros» en euskera. Ello es debido a que, desde el mar, reconocían la ciudad por sus tres entradas o huecos: el formado entre el monte Igueldo y la Isla de Santa Clara, el que se encuentra entre dicha Isla y el monte Urgull y el situado entre Urgull y el monte Ulía.
Y la tercera, se refiere a los restos que aún se pueden ver en la playa de Ondarreta con marea baja. Aquí hubo una cárcel donde muchos donostiarras pasaron sus más terribles vacaciones por no arrodillarse ante el franquismo. Este edificio hubo de ser demolido en 1949 al no poder soportar la corrosión motivada por su cercanía con el mar.